En este país se valora más a la persona que a las máquinas – lo cual es filosóficamente correcto, al menos mientras no entremos a la “Age of the spiritual machine” – suponemos que es por eso que los electrónicos son baratos pero las cosas que involucran gente no.
Lo que vale la depiladora por ejemplo no tiene nombre y te hace pensar que quizá le erraste de carrera. No es que tenga ella una vista muy linda de la vida, pero los 80 dólares que te cobraría – si fueras – por depilarte la pierna seguro hacen que la cosa se vea mejor. La peluquera es bastante más feliz, también te cobra como 80 dólares por un corte de pelo y otro tanto por el color y encima tiene la satisfacción en la vida, según mi peluquera uruguaya Antonia, de generar felicidad en la gente, que se van después de pasar por sus manos con una sonrisa en la cara y luciendo esplendidas, que sí, que lo dice ella, que todas nos vamos esplendidas. Fijáte vos que lindo laburo ese de generar felicidad. Y si encima metiera 80 dólares por la media hora que le llevó la tarea, aquello es la panacea. La suerte de estas nobles trabajadoras en los estados unidos es la desgracia de nostras consumidoras, que no podemos ser tales.
El otro tema, y he aquí el punto de esta historia, que se extraña del maravilloso país de servicios que es el Uruguay es el delivery. Al cual encima lo llamamos así en inglés como si fuera un concepto masterizado por los países angloparlantes. Allá el teléfono es una herramienta poderosa, lo levantás y tenés en la puerta de tu casa lo que quieras, las compras del súper, lo que te olvidaste del súper y necesitas del almacén, los biscochos de la tarde (el mate si te lo tenés que hacer vos), chivitos, empanadas o lo que te guste cenar, el alka-seltzer de la farmacia por si te excediste Demetrio. En fin, lo que quieras por grande o pequeño que sea.
Acá salvo la pizza y la comida china nadie te trae nada. Y de las compras del supermercado ni hablar. Hay solo un súper online que no solo te cobra el delivery sino que aprovecha y te cobra todas las cosas mucho más caras. Hay dos factores en mi vida que hacen que esto sea un problema: el primero es que no tengo auto, el segundo es la coca cola. Hace un tiempo me compre un carrito de supermercado - ya quedamos que acá la cosa nunca es por falta de equipamiento - pero el pobre no puede cargar muchos packs de coca colas y encima el camino es de esos de baldosas corrugadas (o como se llamen) y el carro va todo el viaje saltando molestamente. Siguiendo el espíritu que intentan inculcarte en este país, eso de que rendirse jamás, cada tanto gügueleaba esperanzadamente ‘coke delivery’ y términos semejantes a ver si logro encontrar la solución a mis problemas de abastecimiento cocacolístico.
Hasta que finalmente encontré a mamá Hubbard.
Este es un servicio maravilloso. Resulta que mamá hace las compras por tí en el supermercado que te quede más cerca. Vos le das la listita de lo que querés y ella te trae la cuenta de lo que pagó y luego te cobra 14 dólares (créanme que es barato) por su esfuerzo. Es más o menos lo que te valdría el taxi y no tenés que complicarte. Su empresa se llama ‘mother hubbard’ y yo me la imagino como una señora grandota y bonachona que hace pasteles de cherry y en su tiempo libre vela por sus adoptados hijos para que tengan de que comer en casa. Yo me di a la adopción rápidamente.
Así que le pasé mi primer pedido. 20 packs de coca cola light y ya que estaba un pack de aguas, en fin esas cosas que yo no puedo cargar, que para lo demás a mi me divierte este tema del súper. Mamá, que es muy buena y atenta me llama a decirme que se dió cuenta del error:
- Le habrás errado al teclado hija mía que pusiste 20 packs, en realidad son dos?
- No mami, que está bien, son 20 si…. (es que hay que hacer rendir los 14 dólares…)
Mamá no estaba preparada para tal cosa. El pobre amigo que me trajo las cosas – es que mamá se ve que no viene siempre en persona a pesar de que yo quería conocerla ya – hizo como 3 viajes para subir mis cocas, cada vez que entraba al apartamento me miraba con sonrisa de esas que esconden un pensamiento no muy feliz sobre mis progenitores. Se ve que mis hermanos adoptivos encargan cosas como 1 kilo de tomates, unas presas de pollo, en fin, cosas que se meten en bolsas y es sorprendente la cantidad de bolsas de súper que el ser humano puede colgarse a los brazos. En cambio con los packs de cocas no es tan fácil, más de 4 no podes. Ya lo sabía yo señor. Le confesé que no tenía ninguna fiesta, que pensaba repetir un pedido similar una vez por mes, quizá con mas cocas, que a ver cuánto me duraban las 240 latas.
Creo que secretamente mamá está pensando en devolverme a la calle y que me busque la vida. Pero yo cada vez que abro mi heladera para agarrar una coca, pienso en mamá hubbard y virtualmente la abrazo fuerte y la miro con cariño diciéndole ¡Gracias!
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